Bailar en la oscuridad   4 comments

Todavía puedo oír la música. Me había fumado la tuca de un porro y parte de otro. Había sido hace 20 minutos, por lo que el humo aún cercaba mis pulmones y agitaba mi mente como ráfagas de viento cálido. Pero no. No era eso lo que me empezó a estremecer sentado en una de las mesas del lugar; lentamente, mis ojos fueron acristalándose y parte de mí latió. Lentamente latió: era la música que sonaba, eran los valses de Strauss que emergían en la pista como un resplandor; era la gente que se movía con el pulso de una pintura impresionista. Aún puedo oírla. Aún las lágrimas que no fueron.

Aún esas dos niñas -una quizás de 8 y otra de 5 años- bailando entre los otros. No se movían: flotaban. No flotaban: vivían. Alrededor de ellas, las parejas de baile parecían desplazarse en cámara lenta como en un sueño o un dolor. Todo estremecía. Cada movimiento, cada parte de la escena era una secuencia zen, un sonido de arroyo corriendo, un parpadeo de mujer. Hasta que detrás de todo, de todos, apareció ella: quieta, fugaz, con la sonrisa silenciosa. Era ella, ella quien miraba bailar a los otros con una ternura insoportable. Estaba sola. Parecía romperse. Sola. Esperaba algo. Ella.

Temblé. Me sentí de repente el protagonista de una película, yo, que siempre me consideré un espectador. Los brazos pesaban. Los ojos ya eran un cristal a punto de romperse;  la vida un lugar extraño. Dejé de pensar. Me levanté sin mirar a nadie. La busqué, entre todos la busqué. Atravesé el murmullo. Fui a sus manos como un niño, un animal herido, un triste. No le dije nada. Nada. La tomé de las manos. No sé si seguía sonando Strauss. No me importaba. Ahora bailábamos.

Apenas la miré. No pude sostener la vista. Nadie nos miraba tampoco. Nos movíamos como pequeños relámpagos. Yo tenía la mirada perdida en algún pensamiento. No sé hacia dónde veía ella. La música tenías rasgos del océano, se precipitaba sobre nosotros como un golpe callado, cálido, contra nosotros que, como todos, somos un acantilado y una caricia. Habremos bailado dos temas. No sé si fui feliz o si ella sintió algo; tampoco si nos dijimos alguna palabra. Sólo fue bailar en la oscuridad. Así, como es respirar.  Nos separamos con la frialdad de un cementerio.

Me volví en silencio a mi asiento, a mi pensamiento: era un espectador otra vez. Alguien me habló pero no sé si respondí. Demoré la mirada de nuevo en la pista. Las parejas siguieron con su baile, flotando, otra vez como en un sueño, un lento resplandor, y la música siguió sonando. No, no era el porro. No hace falta ese humo para sentir, para ser. Era la vida y su extraño amor en la oscuridad; era la vida, donde uno respira, siente, ama, duele, vive y se muere, y el mundo sigue, la música sigue y estremece, implacablemente.

*Imagen de la película «Persona», de Ingmar Bergman.

Publicado febrero 17, 2011 por danielmecca en Notas en la prensa

4 Respuestas a “Bailar en la oscuridad

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  1. Muy bueno, Dani! Buena manera de describir la fugacidad de las relaciones humanas.
    Y como siempre, la música puede conmover, movilizar, calmar a las fieras y agitar el alma de quien la aprecia… pero aún más si se comparte.
    Un beso! Andre

  2. ah bueno ! piel de gallina, dani !
    muy profundo y sobre todo muy cinematografico tu relato.

    me gusto mucho.
    🙂

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